
El prelado destacó la importancia que dicha distinción tiene en la actualidad, ya que por un lado, “la ‘cristianofobia’ creciente, denunciada por Benedicto XVI, nos dice que los cristianos hemos de prepararnos a sufrir persecución cada día más dura. Ya sea cruenta, como sucede hoy en Oriente por parte de grupos fanáticos islámicos. O no cruenta, en Occidente, pero no menos terrible, por parte de un laicismo militante, que pretende destruir todo signo público referido al cristianismo, e incluso privar al cristiano de vivir en la vida civil conforme a su fe, negándole incluso el derecho a la objeción de conciencia. Sin embargo, nunca podremos tildar como persecución la sanción judicial por las fechorías que cometamos. Éstas deben ser sancionadas por la autoridad civil”.
En ese sentido advirtió que no hay “nada más ajeno a un cristiano que disfrazar la iniquidad con el manto de la fe”. Y concluyó con una cita del Apóstol San Pablo: “Tú, que hablas contra el robo, también robas. Tú que condenas el adulterio, también lo cometes. Tú, que aborreces los ídolos, saqueas sus templos. Tú que te glorías en la Ley, deshonras a Dios violando la Ley”. La consecuencia de ello era muy triste: “Por culpa de ustedes, el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones”.

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